Operación Takuba crecimiento terrorismo yihadista Sahel

Un soldado francés de las fuerzas especiales de la Operación Takuba en el Sahel para luchar contra el crecimiento del terrorismo yihadista. Fuente: The Armée française / Wikimedia Commons

Se nos repite con insistencia la peligrosidad para Europa, y por ende para España, del terrorismo yihadista en el Sahel, acentuado por su actual crecimiento. En todo caso no abundan las explicaciones sobre el fenómeno en cuanto a su aparición y a las causas que han motivado su crecimiento. Peligrosidad que se presentó en la pasada Cumbre de la OTAN en Madrid, muy interesadamente por el anfitrión español, así como, en consecuencia, la necesidad de reforzar actuando cuanto antes el Flanco Sur de su despliegue. Sin embargo, tal propuesta de intervención militar quedó pendiente de momento, ante la falta en la región saheliana de un conflicto armado de tipo convencional, tal y como ocurre en el Este europeo con la guerra ruso ucraniana.

Así pues, en esa peligrosidad, se hace necesario valorar el aumento aludido y la necesidad de ponerle freno cuanto antes (planteamiento claro de las Fuerzas Armadas españolas), y, para ello, comprender el yihadismo saheliano en su verdadera dimensión: saber de su origen y, desde él, las causas, las razones que han permitido este crecimiento.

El yihadismo regional en el Sahel

En su comienzo, hemos de contar con un yihadismo regional que es soportado por diversos grupos terroristas norteafricanos/sahelianos, grupos preexistentes, diferentes de Al Qaeda y del Estado Islámico que con el tiempo optaron por apoyarse en ellos para lograr captaciones, prestigio y obtención de fondos; grupos en la actualidad en constante evolución y adaptación a un territorio que forma parte del mapa en negro del califato global (aquel de Abu Omar al-Baghdadi que se alcanzaría en 2200), territorio que aún no dominan del todo ni física ni ideológicamente; grupos que visan a Al-Ándalus como objetivo futuro. Hay que tener en cuenta que, en tal evolución, Al Qaeda, tras la muerte de Bin Laden, se descentralizó, sin abandonar su estrategia global, aprovechando los conflictos locales existentes y buscando su expansión en ramas territoriales, entre las que destacan en la actualidad las establecidas en África, y que el Estado Islámico (el “primer hijo” de Al Qaeda), en competición con aquel por el liderazgo africano, tras su fracaso en Siria e Irak, se incorporó a una estrategia similar.

Unos grupos yihadistas locales magrebís y sahelianos que crecieron a través de las relaciones de colaboración entre ellos apoyadas en el mutuo conocimiento y hasta cierto punto, en una dudosa amistad; relaciones no siempre positivas en atención a la existencia de tensiones antiguas, lo que no ha sido óbice para que pudieran definir pacíficamente sus respectivas áreas de influencia. Estos grupos que, reafirmándose en su propia casta, con sus problemas de marginación y pobreza, encontraron en la yihad un discurso de índole social y político que les atrajo, sobre todo a la juventud, bajo el presupuesto de que la unión al yihadismo activo era la solución a todos sus problemas; razón por la que se manifiestan enemigos de los “injustos” poderes establecidos y de la cultura occidental que no les entiende y explota.

Aparece pues, y crece entonces, mezclada con sus reivindicaciones sociales locales (comunes, pero a su vez diferentes en cada uno de los países sahelianos) una yihad igualitaria que les ofrece una salida a su situación. Pasan así de una lucha social-local, sin olvidarla, a una lucha unitaria por la fe, su fe, con la que las diferentes etnias, antes en lucha entre sí para demostrar su superioridad, se han de unir o, al menos, tolerarse. Nacen así con la yihad, y desde la pluralidad étnica anterior, dos tipos sociales: los yihadistas y sus enemigos a batir por infieles. Yihadistas locales que buscaron posteriormente la relación con otros foráneos a los que se unieron, manteniendo su localismo, para obtener los medios materiales y espirituales para poder avanzar. Se conectaron así dos mundos que hasta entonces no se relacionaban, la yihad global y la guerrilla local yihadista, con todo lo que ello implica en términos de recursos, equipamiento, armas y visibilidad política y mediática, lo que supuso la mundialización del contexto local.

De todas formas, estos grupos siguieron manteniendo un discurso yihadista local lleno de referencias propias muy atrayentes para la juventud; discurso no exclusivamente religioso, sino también social y político en atención a las exigencias de las diferentes etnias y clases sociales. Un discurso en principio separado de la idea de una expansión global, pero que poco a poco les alcanzaría. No obstante, mantener este discurso local y a la vez hablar de la yihad global dio lugar a contradicciones. Así pues, conciliar ambos discursos, la yihad global con los problemas específicos a la etnia dominante del grupo presentó en ocasiones ciertas discrepancias en su narrativa, discrepancias no comprensibles para los observadores occidentales que encontraron cierta dificultad para determinar, al menos inicialmente, el grado de cada una de dichas relaciones, local y global.

Aún así, lo que no se puede apuntar es que los grupos yihadistas locales, a pesar de su relación ideológica, de apoyo (fundamentalmente en fondos y asesoramiento) y posible colaboración con las grandes firmas de Al Qaeda y el Estado Islámico, dependan totalmente de ellas pasando de ser unos afiliados o asociados interesados a sus subordinados, y más cuando se trata de estructuras descentralizadas sin unos vínculos de sujeción determinados. Relación entre grupos locales y globales que, en la base de la amalgama de sus intereses particulares, se convirtió en una causa política yihadista regional. Relación entre lo global y lo local que ha sido calificada por Barbara F. Walter de “glocal” en su obra “The New New Civil Wars, Annual Review of Political Science”. Asimismo, es una relación fundamentada en la presencia de un “estadoislamismo”, en oposición de un “alqaedismo”, que está en contra de aquellos optimistas que hablan de un “enquistamiento geográfico”, decadente y nada expansivo, del yihadismo.

Las razones del crecimiento del terrorismo yihadista

Estos grupos nacieron pues regionalmente, para luego, aunque manteniendo siempre su esencia, seguir el modelo de Al Qaeda en primer lugar y posteriormente el del Estado Islámico, adoptando, tras determinadas alianzas, nombres sujetos al primero o al segundo. En ambos casos siguieron por interés el prestigio de un nombre y la recepción de posibles apoyos, como ejemplo, la aparición de Al Qaeda del Magreb Islámico -AQMI- en 2007 procedente del Grupo Argelino Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) y de Boko Haram, liderado inicialmente por Abubakar Shekou, ligado a Al Qaeda en 2002 y, más tarde, al Estado Islámico en el 2015, grupo del que nace entonces, por escisión, al estar en contra de atentar contra musulmanes y población civil, el Estado Islámico del África Occidental (ISWAP), bajo la dirección de Abu Musab Al Barnawi, hijo mayor de aquel (muerto posteriormente por el ejército nigeriano en 2021).

Con todo, a pesar de la confirmación de la existencia de tales conexiones resulta complicado determinar cuál de ellas ha tenido y tiene mayor peso, si la conexión ideológica en la yihad internacional o la conexión logística. Si bien es cierto que la segunda, y su potenciación, no se daría sin la primera. Conexiones que hay que entender para, apartándoles de todo apoyo (ideológico o material), poder desmovilizarles localmente con mayor facilidad.

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Despliegue del destacamento Marfil de participación española integrado en la Operación Serval. Fuente: Ejército del Aire/Wikimedia Commons

Se encuentra una evolución, en opinión de aquellos analistas que consideran que tales grupos son fruto del legado de Osama Bin Ladem (su “éxito póstumo”), cuando la continuidad africana de Al Qaeda sin su líder, como la del Estado Islámico (que podía haber superado a Al Qaeda caso de que no hubiera sido derrotado sobre su territorio en Siria/Irak), no depende tanto como se cree de sus líderes, entendidos estos bajo el concepto occidental. Este concepto no suele acoger el factor religioso, sino el de la fuerza de un imaginario capaz de adaptarse a cualquier entorno sobre la base común de una interpretación particular, rigorista y fanática del Corán; un imaginario que al final se manifiesta, en esa evolución citada, superior a la personalidad de cada líder, y más cuando en el salafismo está prohibida toda veneración a las personas fallecidas.

Estos grupos que se expanden y se asientan desde Egipto al Este hasta Mauritania al Oeste, durante la segunda mitad del siglo XX, constituyen el embrión del terrorismo yihadista actual, un terrorismo transfronterizo que se extiende ya hoy por el resto de territorios del continente africano (“africanización” de la amenaza). Ocupan todo espacio vacío, desestructurado, en cuanto a falta de un control estatal efectivo; avanzan y consolidan sus actuaciones gracias a la escasa o nula presencia y control de las fuerzas de seguridad y estados sobre el territorio, debido a la porosidad y amplitud de fronteras, a la falta de alternativas económicas y de desarrollo para amplias capas de la población, a lo que se ha de unir la existencia de conflictos y tensiones por el control del territorio y los recursos, así como de deficiencias, entre otras, políticas, técnicas y administrativas. Es sobre esa base, a la que se añaden algunos errores por todos los que luchan en su contra, sobre la que se ha producido la expansión en constante crecimiento del terrorismo yihadista saheliano; un yihadismo que aprovecha para su infiltración e integración en el Sahel toda vulnerabilidad que encuentra.

Los condicionantes del yihadismo del Sahel

Pero para concretar aún más, desde esa base genérica inicial, hay que tener en cuenta la valoración de los factores positivos y negativos que condicionan el desarrollo de los problemas citados: por un lado, los actores en conflicto, por otro, la geografía que les sustenta, los imaginarios que les mueven y, por último, las intervenciones foráneas que buscan apoyar la resolución de aquellos problemas. Un análisis general que habría que llevar luego a cada país saheliano concreto.

En cuanto a los actores en conflicto se han de apuntar los siguientes:

  1. Por un lado, los Estados Unidos (y otros países afines a sus intereses) partidarios de una actuación frontal (militar) contra los grupos, principalmente terroristas, creadores de inseguridad en la región.
  2. Otros actores foráneos, como la Unión Europea, la Unión Africana y otros países individuales (con una presencia incipiente), que apoyan a los gobiernos locales, tanto en el terreno militar como en el estructural y el social. El primero y el segundo son considerados por muchos sahelianos como huéspedes no invitados a los que, de algún modo, habría que resistirse.
  3. Grupos militares privados (mercenarios) contratados por aquellos gobiernos que ante su inoperatividad externalizan su seguridad. Grupos que, en algún caso, cubren la presencia e intereses de los países de su origen (caso de Rusia con el grupo Wagner).
  4. Milicias paramilitares armadas para luchar contra el terrorismo y el crimen organizado (en ocasiones participando de una violencia étnica preexistente)
  5. El conjunto de los grupos terroristas (nacionales e internacionales) que se ubican y actúan en la región.
  6. Los gobiernos locales con serias dificultades para mantener su autoridad y soberanía territorial.
  7. Los diferentes grupos étnicos regionales y otros líderes locales autóctonos que tensionan con su lucha política (y en ocasiones armada) a los gobiernos locales y a sus sociedades.
  8. Las mafias dedicadas al crimen organizado (narcotraficantes, traficantes de armas y de personas) en la región, en muchas ocasiones en relación interesada con los grupos terroristas.
  9. Y, por último, la sociedad civil, víctima de las acciones terroristas, de la violencia del crimen organizado y, en su caso, de la incoherencia de sus políticos, grupos étnicos y líderes locales que los sojuzgan bajo su interés; incoherencia acompañada en ocasiones de la violencia de sus propias fuerzas armadas, policía e, incluso, de las milicias locales.

Respecto a la geografía que sustenta a tales actores hay que tener en cuenta que se encuentran en un terreno desértico con un clima que, modificado por el cambio climático, presenta serias dificultades para la vida, permanencia física y para el mantenimiento del armamento y material, sobre todo para las fuerzas foráneas que actúan en contra de los terroristas y no tanto para los terroristas adaptados a las mismas. Dificultades, que en el aspecto humano se agudizan con una deficiente atención sanitaria, enfermedades y hambrunas cronificadas, pobreza, niveles bajos de educación, etc.

Y en relación con sus imaginarios:

  • Aquel de los terroristas, basado en la visión rigorista, fanática y violenta del islam, visión que tratan de imponer por la fuerza apoyándose en las facilidades que les proporciona el hecho de que el Sahel es una región predominantemente musulmana sujeta a una serie de vulnerabilidades políticas, económicas, sociales, una serie de problemas que, con su ofrecimiento de resolución, ganan voluntades afines.
  • Aquel de los gobiernos locales muchas veces en manos de algunos gobernantes más interesados en su prolongación en el tiempo que en resolver del todo los problemas existentes en su país, al objeto de recibir apoyos foráneos de todo tipo que les enriquezca y les mantengan en el poder.
  • Aquel de la sociedad civil, dividida entre aquellos que apoyan las ideas gubernamentales y los que, reprimidos, están en oposición (sumando entre estos algunos afines a los yihadistas); sin olvidar, en su caso, las diferencias étnicas y/o religiosas existentes.
  • Por último, aquel de los países foráneos intervinientes que, en su caso, al margen de tratar de proteger sus propios intereses en la región (fundamentalmente económicos derivados o no del periodo colonial) buscan imponer, a través de una diplomacia fundamentada en sus apoyos, una democracia como la suya sin entender en profundidad en muchas ocasiones la idiosincrasia de cada país (tradiciones, cultura, religión, …).
  • Y fuera de todo imaginario coherente con algún tipo de ideología quedan, obviamente, los mercenarios o grupos militares privados, los bandidos y las mafias dedicadas al crimen organizado en todas sus posibles variantes.

De entre los citados, aquellos yihadistas y los hostiles y violentos de otra factura, han llevado a los países europeos/occidentales a desarrollar una serie de intervenciones militares (la mayoría lideradas por Francia por razones históricas, la Unión Europea y la ONU) y civiles, que, tratando de cubrir el vacío político e institucional de algunos gobiernos sahelianos, han externalizado la seguridad buscando la pacificación y el desarrollo de la región con la esperanza, siempre abierta, de que la violencia remita, sobre todo la yihadista, evitando que llegue a alcanzarles:

  • Iniciativa Pan Sahel (2002), Comando África de Estados Unidos (AFRICON) (2008).
  • Extensión de una Estrategia de la UE para el Sahel (2011).
  • Misiones de la UE de Construcción de Capacidades (EUCPA) (2011).
  • Misiones de entrenamiento de la UE (EUTM; 2012).
  • Despliegue de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas (MINUSMA) (2013), fuerza nacida para estabilizar Mali tras la revuelta tuareg de 2012; misión ampliada en el tiempo posteriormente ante el crecimiento del terrorismo yihadista en el país.
  • Operación Serval (enero de 2013), desarrollada, a petición del Gobierno de Mali y bajo paraguas de la ONU por fuerzas francesas y malienses, para poner freno a los yihadistas que amenazaban Bamako; operación finalizada en 2014 que dio paso a la Operación Barkhane con ampliación inicial de su campo de actuación a Mauritania, Níger, Burkina Faso y Chad.
  • Construcción del G5 Sahel (2014).
  • GAR-SI Sahel, financiado por la Comisión Europea y liderado por la Guardia Civil española (2016) con actuación en Mali y Níger.
  • Operación Barkhane (2014) ‒nombre dado a la duna en media luna‒ misión de carácter militar anti insurgente contra los yihadistas que da continuidad a la Operación Serval, que según el presidente francés se cerraría en 2021.
  • Establecimiento de una Fuerza Conjunta transfronteriza del G5 Sahel, nacida por iniciativa francoalemana (2017).
  • Asociación para la Estabilidad y la Seguridad P3S para coordinar e identificar las necesidades de seguridad (2019).
  • Operación Takuba ‒nombre dado a la espada tuareg‒, bajo iniciativa francesa en la base de unidades de Operaciones Especiales de la UE (2020). Operación que está siendo contestada por el Gobierno de Mali tras el último golpe de Estado (24 de mayo de 2021) negando la participación a algunos de los países europeos participantes (caso de Dinamarca que no recibe autorización de intervención a finales de enero de 2022).
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Destacamento de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA) en el desfile militar en los Campos Elíseos de París. Fuente: Marie-Lan Nguyen / Wikimedia Commons

Los retos actuales del crecimiento del terrorismo yihadista

En la actualidad hay que contar con la intervención militar en Mali bajo la dirección de un general español, con la declaración (10 de enero) de la unidad de acción contra el terrorismo saheliano por parte de la OTAN y la UE, y con la continuación del plan GAR-Sahel, bajo liderazgo de la Guardia Civil para crear unidades policiales en los países del G5 Sahel.

En estas intervenciones militares (para algunos analistas excesivas), a la vista del actual y peligroso crecimiento del terrorismo yihadista en la región, se hace necesaria una mayor coordinación y unidad de acción al tiempo que sufran ciertos reajustes importantes afectando a las estrategias planteadas, hasta el momento, tanto por las comunidades regionales como por las internacionales de aplicación en el Sahel. De momento la UE, Naciones Unidas y Francia no descartan ninguna opción: seguir como hasta ahora, reajustar la estrategia actual o bien desengancharse de aquella planteando una nueva a desarrollar desde Níger, dado que, por el momento, en Mali, las fuerzas francesas ya fueron rechazadas en el 2022 bajo la acusación de no haber resuelto el problema yihadista y atender solo a sus intereses, así como las de la UE y ONU, siendo sustituidas por las rusas de Wagner, y ahora, ya en enero de 2023, en Burkina Faso, siguiendo los pasos de Mali (similares acusaciones), Francia ha recibido la exigencia de retirar sus tropas en un mes para ser sustituidas por otras rusas.

Y en ese contexto se ha de tener en cuenta que, interviniendo en esa “guerra contra el terror”, solo con una acción puramente militarista en defensa de sus intereses a medio y corto plazo (comerciales, de explotación de hidrocarburos y minerales) no puede ir a mejor ya que acentúa y exacerba la respuesta de los actores sahelianos. Por un lado, la de los terroristas al darles motivos para su lucha, su yihad, contra los infieles que ocupan sus territorios y, por el otro, la de los gobiernos autóctonos implicados por cuanto ven a las fuerzas foráneas más como dominadores (neocolonialistas) que preocupados por sus problemas, amén de que su presencia apoya la consecución de sus propios intereses: recepción de recursos de todo tipo (económicos y militares principalmente) junto al apoyo y respaldo político a la suya propia, tanto en el ámbito local (eliminación de sus enemigos políticos) como en el internacional.

Intervencionismo militar (lucha contra el terrorismo en el frente militar y policial) que, para limitar el crecimiento del terrorismo yihadista y revertir la iniciativa, ahora en sus manos, ha de reconsiderar no solo su estrategia y tácticas a emplear, sino que ha de reconocer también las dificultades para disuadir solo por la acción armada a un enemigo que lo que busca es el enfrentamiento armado para dar razón a sus ideas, un enemigo que dice no tener miedo a la muerte por la ganancia del paraíso, un enemigo para el que cualquier derrota es una prueba de Alá de la que, superada, saldrá reforzado, un enemigo para el que el tiempo hacia su victoria no importa.

Un intervencionismo militar pues que, sin ser olvidado por lógica necesidad, requiere, en unidad de acción, de la intervención urgente en el ámbito estructural para reducir, limitar o hacer desaparecer las vulnerabilidades de los países sahelianos (lucha en el frente estructural), e incluso de otros africanos, que son aprovechadas por los yihadistas para su crecimiento, frentes en unión al combate a sus imaginarios (el frente ideológico), el frente más olvidado de todos.

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